domingo, 11 de febrero de 2018

Jornada Laboral

Siete de la mañana, rápidamente voy al aula 208 para instalar las cornetas que había pedido un profesor de música. Él no lleva mucho tiempo aquí, de hecho solo tiene un año dando clases, pero me agrada que traiga su computadora.

Luego, voy a la 204, coloco la computadora y el video beam. Llega la profesora de artes plásticas, se queja porque cree que le traje una computadora muy vieja, refuta: “con ella no se podrán ver con claridad las imágenes que tengo en mi pendrive”. Por suerte para ella, conozco todas las máquinas de este pasillo, así que le pido el pendrive y demuestro que se equivoca.

 Al retirarme del aula noto que el pasillo está tranquilo, pienso en sentarme unos minutos, pero al ver la hora me doy cuenta que son las siete y media. ¡La hora pautada para hablar con los de seguridad! Bajo a gran velocidad a la entrada de la facultad. Me encuentro con el personal de seguridad y me notifican que ayer, en horas de la noche, alguien intentó entrar forzando las puertas que se encuentran en los salones de bibliotecología. Por lo que me piden estar atento con los equipos y con las personas que estén por el pasillo de Artes, Letras y Filosofía. Esta noticia hace que todo el sueño que tenía por madrugar desapareciera, pero como no es la primera vez que pasa, intento volver a mi cotidianidad.

Vuelvo al pasillo y todo se encuentra tranquilo. Los estudiantes están en clases, así que solo hay dos gatos caminando, una joven acostada en un banco, y un pequeño grupo de jóvenes reunidos cerca de la 211. Esto me tranquiliza, me siento para saber si hay alguien más o si llega un desconocido, pero no ocurre nada. Lo único interesante es el frío mañanero que tanto me agrada.

Fotografía de María Fernanda Rodríguez Córcega del pasillo de Artes, Letras y Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela. 

Ocho y media, termino el desayuno y voy de regreso a la facultad. Me dirijo al salón de los equipos, de pronto, me persiguen unos estudiantes preguntando cuál aula podría estar desocupada. Les respondo que pueden ir a la 201 porque ese profesor está de viaje y notificó que no vendría esta semana, con la advertencia de que a las nueve y media hay clase. Los estudiantes se van y empiezo a sacar los aparatos para prepararlos en los salones.

Me dirijo a la 210 porque esa profesora siempre llega temprano. Al entrar en el aula me doy cuenta que tomé una inteligente decisión: la profesora ya estaba allí. Luego de saludar, me solicita que le instale el mejor proyector, porque para comprender las imágenes que va a colocar es muy necesario que sus estudiantes vean bien los colores. Le ofrezco el video beam blanco, por ser el más nuevo de todos -y su apariencia moderna es muy atractiva para los profesores-. Una vez instalado, la profesora se encuentra fascinada viendo todas esas basílicas que tiene en su pendrive, por lo que me puedo retirar sin preocupaciones.

 Al salir del aula otra profesora me pide que le encuentre un salón desocupado para ella dar clases, o que le diga de algún profesor que sea flexible para cambiar de aula, debido a que le asignaron una que solo tiene pizarra de tiza y ella es alérgica. Le recomendé la 205, el profesor que da clases ahí a las nueve y media es muy tranquilo, y no utiliza casi la pizarra, pero le digo que debe esperar porque él aún no ha llegado. La profesora, muy agradecida, se va y se sienta por los alrededores del aula recomendada.

Voy a la 207, coloco todo los aparatos mientras el profesor está afuera hablando con un estudiante. Salgo del aula y le informo que ya está instalado, que me avise si ocurre un inconveniente. Decido sentarme para tomar un descanso y los estudiantes me saludan. Todos los días los veo pasar, cientos de ellos van de allá para acá caminando muy rápidamente, parecen hormigas en manada.

Fotografía de María Fernanda Rodríguez Córcega del pasillo de Artes, Letras y Filosofía de la Universidad Central de Venezuela. Caracas, Venezuela. 

De pronto, aparece el profesor de la 207 pidiendo ayuda, me dice que el video de repente se había apagado, que luego la maquina prendía, pero no iniciaba. Entro al aula para ver qué ocurrió, pero no era nada grave, solo se debía pulsar una tecla para continuar el inicio. El profesor me agradece, diciendo que "salvé su vida", a lo que respondo que no debe agradecer nada, ese es mi trabajo.

Continúo mi jornada, son las once y media de la mañana, así que busco el microondas para colocarlo en la 211. Solía colocarlo en el pasillo, pero muchos se quejaban porque la cola que se hacía interfería con el paso de los bachilleres.

Minutos antes de las doce, me dirijo a la 212 e instalo los equipos. Luego, a la 213 porque el profesor quiere reproducir un documental que ayude a sus alumnos a comprender su materia. Por último a la 207, ya que el profesor quería saber cómo enfocar el proyector que estaba en su aula.

Cuando ya todo está listo, me dirijo a guardar todo lo que no se está utilizando, incluyendo el microondas. En ese estar de aquí para allá, se hacen las dos de la tarde. Verifico que todo está en su lugar y me retiro de mi jornada laboral, pensando en el almuerzo que me espera en casa.



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